Siempre he buscado, no tanto en
mi interior como en mi exterior, la manera de canalizar, o mejor, de encauzar
aquello que refleja mi personalidad, como marca indeleble. No solo mi
personalidad me es suficiente para dar por sentado quien soy, aunque debiera.
Como muchas personas, quise buscar en otros lados, aquello que quería me
identificara como persona, como individuo, como hijo, hermano, amigo, novio,
transeúnte, trabajador, miembro activo de la sociedad ó, solo como entidad
humana.
Sin embargo, el resultado es, una
variedad inidentificable de múltiples personalidades para cada ocasión,
persona, grupo etario, grupo de amigos, grupo familiar, etc.
Para los amigos, soy la “Golfa”,
el “man whore”, pero no en el sentido “bíblico”, sino, aquel que no sabe decir
que NO cuando hay fiesta; para las amigas, soy el tipo honesto y desinteresado, buen consejero, escucha y conversador, el que si no fuera por los testículos, sería una "amiga" más; para mi familia, soy el infeliz desinteresado en los
asuntos del hogar, el que no pregunta por los parientes, y al que poco le
gustan los sobrinos; Para los compañeros de trabajo, soy el “tipo cool”, que
sabe diferenciar entre los espacios de Labor/ discernimiento, pero que hace
llevable una jornada de trabajo; para los "colegas" de academia, soy el tipo frontal y laborioso, aunque de historiador, reniegue de la academia, pero que busque afanadamente pertenecer a ella; para mi novia, soy el “parejo” dedicado, el
que mataría por ella, y se haría matar (no bromeo).
Aún así, para mí mismo, la
personalidad que poseo, la siento (y veo) difusa, confundida, plegada entre la
bruma de lo que los demás ven, y lo que quiero que vean, y lo que realmente soy
(o alguna vez quise ser). Me pierdo en los baches de mi mente, en los momentos
de tragos, en los espacios ausentes y los silencios sociales donde me encuentro
con esas extrañas personalidades que me identifican y que siento propias tanto
como ajenas, saludándonos, insultándonos, nos queremos cambiar de piel, pero no
podemos; tratamos de hacernos coexistir, pero las rotaciones, o los turnos de
quien manda a quien, son infernalmente manejadas, es como una disputa de acción
comunal, donde el que más grita se supone es quien más poder tiene; nos
queremos diferenciar, pero como diferenciar un algodón de otro… Es solo algodón
así quiera ser seda.
Cambiar la naturaleza de quien se
es, no es viable. Debemos aprender a vivir y a aceptarnos como somos: Con los
dolores, con los errores, con las incomodidades, con la pesadez, con la
amargura, con las fallas y hasta las traiciones, esperando que quienes nos
rodeen nos acepten y nos amen, con todo y esas innumerables fallas de diseño, y
sobre todo, de desarrollo, porque aunque dicen que somos perfectos, tal y como
fuimos creados, la perfección a veces, amerita al menos un tatuaje que nos
permita diferenciarnos de lo que tanto despotricamos y a lo que la naturaleza,
el destino, o porque no, el “gran Plan” nos lleva a ser. Tal vez debamos
cauterizar nuestra humanidad, y mejor, hacernos un tatuaje en el alma, que
aparentemente, es lo único nuestro que es independiente de lo que pensamos y
más, de lo que somos en el universo.
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