Un día caluroso y veraniegamente extraño. En medio del invierno, es como encontrar un billete de 50.000 pesos luego de pagar vencidos los servicios.
El calor es sofocante. No provoca tirarse a la cama. Así de grave es el asunto. He debido limpiarme las manos al menos unas diez veces lo que hace que estoy chateando y escribiendo. Así es el nivel de sudoración que la noche produce.
Lo malo de los días calurosos y veraniegos, es que solo recuerdan lo febril de la mente humana, y los pensamientos que pueden embargar a un ser consciente (e inconsistente). Para rematar, es día de la madre, uno de los dos días más peligrosos en Medellín. Pero eso, me tiene sin cuidado. Mi madre no vive conmigo, entonces no estoy en función de la fecha; o lo estoy a medias; otras madres me rodean y, no puede hacérsele el FEO al gremio. Son “cool”. Siempre habrá otras madres y otros hijos. Y por eso, todo mundo anda en tónica de compras y festividades. Todo se alborota, todo se vuelve caótico y yo, sigo igual, acalorado, pero desparpajado.
Me estoy bebiendo una cerveza Heineken a sorbos cortos… Quiero dilatar su sabor lo más posible, pero el clima, me arruina su temperatura fría; se está calentando muy pronto. Pensamientos cortos y mordaces. Pienso en cómo cambian las cosas. Y lo poco que lo hago yo en comparación. No distingo en si eso es bueno o malo. Es probable que malo, porque todo varía, converge, se transforma, transmuta. Yo no puedo ser la excepción. La naturaleza no me ha hecho TAN superior; solo pienso más fluido que unos cuantos animales inferiores y una que otra ave de exótica (yo, sigo siendo un animal); y como buen papanatas que le teme al cambio, a la madurez, y sobreprotejo mi síndrome de Peter Pan, al cambio, lo relego. Mi estado remanente y estable, auto generado y auto aplicado, me permite lujos como pensar lo que pienso; de todas formas me traerá problemas. Aunque lujo sería que aquello que pienso, produjera dividendos. No es capitalismo, es subsistencia, ganas de superación, y necesito un camastro que no suene cuando giro, respiro, sacudo o saludo.
Divago entre la hora, el sabor de la cerveza y como haré para conciliar el sueño enseguida. Ando maquinando, que le hubiese dado a mi madre si estuviese acá conmigo. Los electrodomésticos, nunca fueron buenos regalos para una madre… Es como que a mí me regalen (siendo historiador) un libro de Foucault. Buen libro, pero a mí, me sirve de mierda; no soy tan buen historiador. Le saco más jugo a un comic, o a un set de juguetes coleccionables, de la misma forma como mi madre le hubiese sacado más jugo a un día de Spa, o a un juego de collar-aretes. Ya a la cerveza le falta un trago. Que pronto se termina una rica cerveza cuando el calor nos arrincona. Maldito último trago; ese que se reserva, el último hálito de vida de un líquido bien fermentado, de su sabor, de consistencia de la cebada. Ese último trago que no se comparte, o que no se quiere compartir, porque, pues, es el último de la noche. Y quiero hacerlo rendir hasta que más pueda.
Con lo de mi madre, tal vez pudiese regalarle ser mejor hijo, pero, cuando hay distancia de por medio (y no me refiero a media hora de camino, ni del tiempo de un paseo a Buga, sino a distancia continental), eso es un “entre líneas”. Igual, sino he sido buen hermano, jodido planear ser buen hijo… Es más, ser bueno, me confunde. Sin embargo, repetir malos patrones de conducta, aprendidos por parte de algunos representativos adultos en la niñez, no hacen ni definen al individuo (a excepción de casos de traumas varios, violación de cualquier tipo, abusos, etc., pero este, gracias a Dios/Buddha/Mahoma, etc.- no es mi caso) y es mejor, plantearse que esperamos para cuando seamos mayores: Si ser buenos seres humanos, rodeados de parentela, o malos seres humanos con un museo en la casa al que solo tienen acceso la pareja de vida, las mascotas y el forense cuando recojan nuestro cadáver.
Tengo los pensamientos atribulados y para rematar, no quiero que se termine la cerveza. Pero es mejor la cerveza que la oscuridad de la noche, pues en ella, me amparo. Quiero dilatar su duración hasta que el alba de la mañana venga. Pero eso, no creo que diga nada bueno de mí o mi personalidad.
La Heineken, su aroma, su sabor, me produjo una sensación de deja vù; me transportó al momento de mi primera visita a EEUU, unos 6 años atrás, cuando fui a visitar a mi madre y a mi hermana que se había hecho madre; ambas viven en Norte América… habían pasado dos semanas desde el momento que llegué con mi papá. Mi padre, madre, mi hermana mayor y mi primera sobrina estaban ahí, alrededor del tv, y yo, entraba de trabajar como asistente de mecánica; había un olor específico en el ambiente, un aroma distintivo que me decía que no estaba en mi lugar, no era mi tierra, no era mi cama, y a duras penas, era mi gente; aún así, fueron dos buenos meses. No obstante fue justo ahí, al umbral del sonido del aire acondicionado, de una Heineken que bebía para el calor de verano nocturno, donde me di cuenta, que el núcleo familiar como lo conocí, ya no existía. Éramos entidades aparte. Éramos familia, pero no “LA FAMILIA”. Seguíamos siendo: padre, madre, hermanos, pero no se sentía como “EL padre, LA madre, LOS hermanos”; no éramos las mismas personas aunque nos reconocíamos de la niñez. Se podía percibir. Se sintió. Se supo. Como cuando nos enteramos que Papá Noel son nuestros progenitores. Pero el cariño estaba ahí. Habíamos crecido; nos distinguíamos pero nos diferenciábamos con una certeza desagradablemente asertiva; éramos adultos, entendíamos nuestras diferencias y, los padres como “deidades”, cayeron por el peso de su humilde humanidad. ¿Esta extrañeza será transmitida a los pequeños miembros de la generación que ya estaba llegando, o ya venían con ella? Quién sabe. Espero que no. Pero no soy yo el que eso decide, ni quien dirá nada al respecto. No planeo las vidas de los demás. Solo la mía, y ni eso lo hago bien; ojalá lo hiciera… Ya hay madres a mí alrededor. Mis sobrinos ya estaban en camino. Ya están aquí. El ciclo se repite, y se repetirá.
La cerveza se terminó. Aún tengo calor. Sigo sin sueño. Cerebro a medio freír.
Feliz día a las futuras madres; a quienes son nuevas madres; a las que planean ser madres, a las (los) que son una madre, a quien se les “menta” la madre, a las madres de las madres.
Feliz día a todas ustedes y gracias por ser un gremio tan unido. Los castigos colectivos no serían igual sin ustedes.
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